lunes, 1 de noviembre de 2010

Un paseo por el tiempo del Arán

Mientras el glaciar alpino esculpía, con sus penetrantes masas de hielo, el futuro cauce alto del río Garona, tanto el Valle de Arán como todo el Pirineo fueron lugares inhóspitos para la incipiente vida humana. La vegetación y la fauna salvaje, sin embargo, iban colonizando hasta los más apartados parajes.


Miles de años después, con el derretimiento de las nieves perpetuas, el ambiente se hizo más acogedor. La migración de nuevas especies hacia la Cordillera, por fin, incluyó al Homo Sapiens. Estas primeras oleadas neolíticas, con predominio de la tribu arenosi de procedencia levantina, se halló en el Valle de Arán frente a una belleza muy parecida a la que disfrutamos hoy.


Ya por entonces convivían en nuestra comarca el señorial oso pardo y los acogedores robledales, las fresnedas interminables y los prados verde esmeralda. Y aquel sombrío hombre de la Edad de Piedra, seguramente, también hizo turismo mirando la hermosura de las albercas naturales talladas por el glaciar bajo el Garona, perfectamente visibles todavía a lo largo de la carretera francesa.


Ante tanta belleza y abundancia, los arenosis decidieron quedarse. Tomando los numerosos refugios de montaña –todavía vigentes- como primitivos hogares, supieron sobrevivir integrándose a la naturaleza local. Las primeras noticias históricas de estas tribus montañesas provienen del historiador romano Polibio, que ya en el siglo tercero antes de nuestra Era daba cuenta de ellas.


La muy urbana cultura romana, quizá siguiendo el encanto de las leyendas más que por necesidades estratégicas, supo internarse en los escarpes del Garona hasta el Valle de Arán. Y allí dejó su huella para siempre. En Vielha, Salardu o Vilamos pueden palparse los aires de la civilización romana, pero en todo el Valle y un poco más allá, la principal herencia del Imperio Romano es la bella lengua aranesa, derivada del gascón, con toda su carga de latín y dialectos locales de origen vasco.


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