miércoles, 3 de noviembre de 2010

Un Valle para respetar

Los araneses, a lo largo de la historia, han logrado mantener su idiosincrasia contra todo avatar. Asumiendo las realidades cambiantes de cada momento con gallardía, han sabido conservar la unidad de esa suerte de universo irrepetible que es el Valle de Arán, sin dejar de asimilar las influencias positivas del mundo exterior.


Desde mucho antes que el rey de Aragón Jaume II otorgara el privilegio de la Era Querimonia y hasta el reinado de Fernando VII, bien entrado el siglo XIX, los asuntos locales del Arán se decidían por un Consejo General, compuesto por seis consejeros elegidos popularmente en igual número de términos territoriales.


Lo intrincado del Valle de Arán, su aislamiento resultante y el sentido de pertenencia de sus escasos habitantes han sido las claves de una paz siempre viva, ni siquiera afectada por la invasión moruna de la península ibérica. Todo ello contribuyó al pasmoso respeto, infrecuente en la historia, con que siempre fue tratada la comarca.


Incluso durante el más crudo Absolutismo, el Arán mantuvo todos sus privilegios. Ya como parte de Cataluña, quedó fuera del rígido Decreto de Nueva Planta, promulgado por Felipe V en 1717, mediante el cual se eliminaban todas las libertades catalanas.


Del impuesto Eth galin reiau no pudieron zafarse. Como consecuencia, los araneses se vieron obligados a entregar al Rey un diezmo de trigo en función del número de casas del Valle. No obstante, muchos territorios españoles hasta el momento autónomos, como la propia Cataluña, con gusto hubieran escogido cualquier impuesto real antes de perder la soberanía.


Todos los documentos que garantizaban los privilegios araneses eran custodiados dentro de una vitrina especial de cuya cerradura se hicieron seis llaves, una para cada consejero del Arán. Dicha vitrina, afortunadamente, puede apreciarse todavía en el Museo del Valle de Arán.


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