Un momento difícil para el Valle de Arán lo constituyó la decadencia del Imperio Romano, del que formó parte por varios siglos. También lo fue para todos los dominios latinos, hostigados por las tribus bárbaras.
Suevos, vándalos y alanos afligieron la región hasta que los visigodos, actuando como federados del Imperio Romano, los expulsaron definitivamente. Tras la caída del Imperio, los visigodos fundaron en poco tiempo el Reino más extenso de Europa en su momento, ocupando los actuales territorios de Portugal, España y buena parte de Francia. El solitario Valle de Arán cambiaba de patrón.
Por otra parte, la corona de Aragón muy pronto supo ver en la región pirenaica colindante un territorio valioso. En cuanto pudo se estableció allí, otorgándole al Valle de Arán protección legal y por ende cierta autonomía durante el reinado de Alfonso II.
Pero el Valle de Arán era codiciado también desde el norte, por donde su acceso es mucho más fácil. El reino aragonés persistió en preservar el Arán, lográndolo sin que la sangre inundara sus parajes. Con el Tratado de Corbeil de 1258, el rey Jaume I logró alejar pacíficamente a los franceses, al menos por un tiempo. Este monarca pasó varios días de asueto en el Valle, quedando extasiado con su belleza al punto de otorgar a los araneses el fuero de libre tránsito.
Mas los galos sólo se tomaban una tregua. Regresaron con sus tropas en 1283 y ocuparon el Valle. Felizmente, luego de largas negociaciones entre las partes, la tenencia definitiva de la comarca se decidió en un plebiscito. El pueblo aranés votó mayoritariamente por regresar al reino de Aragón, siendo recompensado por el monarca Jaume II con el privilegio de la Era Querimonia en 1313.
Mediante esta carta jurídica, en el Valle de Arán se afianzaron las ya sólidas bases de una identidad local que facilitó desde la toma de decisiones propias hasta cierto resguardo universal frente a los avatares políticos de fuerza mayor.
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